miércoles, 27 de julio de 2011

JESUS DE PERCEVAL, COMUNICADOR





JESUS DE PERCEVAL, COMUNICADOR.

Artículo de José Luis Ruz Márquez, publicado en " 65 años Juntos 1839-2004 cada mañana". Ed. La Voz de Almería, 2004. Ilustración Foto: Perceval en la Universidad Menendez Pelayo, Santander; tras él, el pintor Gregorio Prieto y en primer termino Camón Aznar.

 

"A cualquiera que repare en la produc­ción pictórica de Jesús de Perceval (Almería 1915-1985) se le pone de manifiesto cómo el trabajo realizado por el artista, desmintien­do la cantinela de algunos mediocres, fue enorme. Qué duda cabe que podía haber sido mucho mayor de no haberla simultaneado con la talla y la escultura, con el dorado, con la restaura­ción, con la arquitectura decorativa, con la investigación histórica y arqueológica.

Y es que nuestro artista no podía quedarse en la mera especialidad, en la Pintura o en la Escultura, un mundo maravilloso, pero limitado como todos, por lo que extiende su interés por otros campos, convirtiéndose en maestro apasionado en muchas otras artes. Un auténtico renacentista, a la búsqueda de todas las técnicas y de todos los conocimientos. Pero no van a ir por los derroteros de la Pintura, del Arte, estas líneas, porque ahora, más que nunca, parece obligado referirnos al Jesús de Perceval comunicador cuando se cumple el 65 aniversario del nacimiento de este periódi­co, de cuya gestación, parto y primeros paso fue testigo excepcional e ilusionado. 

Porque maestro fue en la capacidad de ilusionarse no sólo con sus propios proyectos, sino con los ajenos, oyendo a sus autores con atención -pues sólo era física su sordera- aportándoles ideas y evitando siempre la caída del pro­yecto en el olvido. Yo mismo soy testigo -y beneficiario- de ello. Estar junto a él era la garantía de la inquietud, la expectación ante la inesperada salida siempre positiva y enriquecedora. Su lucidez y cla­ridad de ideas, su memoria selectiva y su sim­patía, multiplicaban el valor de su compañía que él se encargaba, con su talante hospitala­rio y acogedor, de poner fácil a cualquiera que llamase a la puerta de su estudio.

Sólo los menos avisados entendían como simple provocación su interés por la polémica, cuando lo realmente pretendido era el incitar con aquellas serias bromas a la confrontación precisa de la que surgiera el debate. Nunca su agudeza, su ironía la puso al servicio de la mala fe, pues era Jesús también en lo personal bue­no, que es doble mérito cuando la bondad parte de un inteligente.

Apasionado por el pasado de Almería, sus opiniones más o menos ortodoxas, pero siempre inteligentes, le valieron de muchos el calificativo de fabulador que lejos de resultar negativo constituyó siempre un halago para su personalidad, pues ¿qué sería del artista, del auténtico creador, sin su buena dosis de fabulación?  Era enorme su capacidad de creación en multitud de campos, una capacidad apoyada en una base histórica cierta e inteligente, con la que unas veces asentaba a los árabes neoplatónicos en una barriada de Gádor; hablaba de un hipotético descubrimiento de América por parte de unos marinos califales de Pechina, ponía a Ulises navegando por las costas de Almería, se traía a los emisarios de los Reyes Magos a Rodalquilar en busca del oro con el que presentarse en el portal de Belén, cuando no sepultaba a San Valentín, patrón de los enamorados, bajo las naves de la Catedral, o encendía mila­grosos fuegos en Laroya.

Y con ser esta inventiva admirable, se quedaría en un simple ejercicio de ingenio de no haber constituido en muchísimos casos los cimientos de lo que hoy constituye la Almería moderna, en cuya conformación podría decirse que es om­nipresente la presencia de sus ideas. Su inmenso amor por Almería le condujo a una preocupación obsesiva: por el pasado de la ciudad, desarrollando con ella un gran olfato his­tórico. Un olfato que le llevó, por ejemplo, a ser el primero en tratar de dar a la intentona libe­ral de los Coloraos una explicación documen­tada, hasta entonces limitada a la que hacía el mero relato del suceso, y que hoy constituye un polémico referente histórico de dominio públi­co.

Su fascinación por la fotografía a lo largo de to­da su vida artística, desde los años veinte en que se inició de niño de la mano de su amigo Cecilio Paniagua, luego excelente director de fotografía cinematográfica, le puso en contacto temprano con el cine, realizando los documentales de guerra en Madrid -Madrid, sufrido y he­roico- en el frente de Guadarrama, en Valencia, y en Almería, rodando con guión de Sobrado de Onega el documental Mojácar, donde por vez primera se recogieron para el cine los montes de Tabernas, en 1939, cuando aún faltaban mu­chos años para que en aquellos parajes se ro­dara la primera película del Oeste.

 Divulgador de Mojácar, ciudad que siendo mu­chacho le descubrió Juan Cuadrado, inspira­dora de muchas de sus mujeres de encáusti­ca, semiveladas, cargadas de cántaros y misterio, y que hoy constituye todo un referen­te turístico, a la que llenó unas veces de humo -la cuna de Walt Disney- o de realidades: la lucha por el Parador Nacional.

Su vocación mediterránea le hizo concebir el proyecto de Universidad del Mediterráneo con la pretensión de aglutinar con ella a los pueblos de su ribera alrededor del Estudio, como ahora va ha ocurrir en torno al Deporte...
     Y así tantas otras cosas y, sobre todas ellas, el Indalo, adoptado sin discusión, como si el pue­blo lo supiera emanado de la esencia de la pro­pia tierra, un acertado símbolo dotado de vida por nuestro polifacético artista.

Estamos, pues, ante un personaje genial e irre­petible al que quizá su ciudad no haya hecho aún la justicia que merece. Las recientes expo­siciones de Dibujo y de Pintura son las dos úni­cas espinas sacadas, por ahora, de su memoria. A juzgar por el mucho tiempo transcurrido, el viento habrá llevado muy lejos las promesas de Casa Museo y de Monumento para un artista que ha incorporado, con el suyo, el nombre de Almería a la Historia del Arte. Una actitud poco generosa para con alguien que se entregó a su tierra natal como lo hizo Jesús de Perceval, siempre con generosidad plena y muchas veces entre incomprensión y soledades, como en aquellos días secos y pobres, en que lo encon­tró el poeta

      Allí [...] solitario, solihambriento,
      dando norma al color, medida al viento".










                                            

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